- El Dr. Pablo Lacoste, del Instituto de Estudios Avanzados, IDEA; trabaja en estudio denominado: “Paisaje vitivinícola en Chile”, que busca desde las Ciencias Sociales dar reconocimiento histórico a este producto.
- “Los paisajes vitivinícolas se van configurando con volúmenes y unidades especiales que tienen armonía, irradian paz y fueron pensadas por muchos años por los arquitectos chilenos. A partir de ello, se fue construyendo este Chile que se caracteriza por ser una potencia mundial en el cultivo, producción y exportación de la vid y los frutales”, afirma el académico.
Gran parte de los extranjeros que visitan el país, lo hacen motivados por la búsqueda de un patrimonio sobre la vida cultural chilena. Para los expertos, esto es algo que la clase dirigente no ha valorado con suficiente profundidad y no se le ha sacado provecho, ya que los recursos patrimoniales no están bien conservados; a veces se mantienen por la buena voluntad de algunos vecinos.
Para el académico del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile, Dr. Pablo Lacoste, el problema está en que no sabemos mirar nuestro patrimonio con sello propio. “Son parte de nuestra historia y de una cultura muy interesante de descubrir y rescatar”. Es por ello que trabaja en un proyecto del Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, denominado: “Paisaje vitivinícola en Chile”, con el que pretende entender, rescatar y difundir los paisajes de la industria vitivinícola para dar a conocer, con mayor claridad, lo que el vino significa para el país.
“Cuando hablamos de paisajes, no hablamos sólo de plantas, sino de su interacción con el entorno: caminos, cursos de agua, cercas de tapia, arboledas, casas, bodegas. Uno de los elementos característicos de los paisajes vitivinícolas de Chile es el uso de la tierra cruda como material de construcción”, explica el investigador. La tierra cruda se ha usado durante siglos de tres formas: a través de quinchas, adobes y tapias. Hoy su uso es escaso dentro de la industria de la construcción. Lacoste plantea que esto es consecuencia de la desvalorización del adobe, material que hoy se asocia a la pobreza, la decadencia, el abandono y la marginalidad.
Valor del adobe
El muro de tierra cruda permitía desarrollar la viticultura y la fruticultura, porque era la forma esforzada pero accesible, de cercar los huertos y viñas para protegerlos de los animales y bandidos. Había un gran esfuerzo en levantar esos muros; era un trabajo realizado con gran dedicación, pasión y amor; los viticultores chilenos consideraban sus huertos y viñas como parte de sus propias casas. Amaban cada una de sus plantas; las trataban con dedicación y esmero, y las protegían casi como parte de su familia.
Es así, como el vino -industria emblemática en Chile- se desarrolló gracias al dominio de la técnica de la tierra cruda por parte de los viticultores, con el fin de cerrar las viñas, usando adobe para construir las bodegas donde se dejaba el jugo de uva (mosto) para su transformación, fermentación, conservación y añejamiento.
“En la zona central de Chile la amplitud térmica es muy pronunciada, con temperaturas que superan los 40° C en verano, y los -3° C en invierno. También se registran variaciones fuertes entre el día y la noche. Acá entra a jugar un papel importante la tierra cruda, por el confort térmico que la caracteriza. Una bodega, casa o depósito con gruesas murallas de adobes, logra amortiguar la irradiación solar; a pesar del gran calor externo, se puede mantener la frescura interna, porque el calor demora mucho en atravesar el muro de tierra cruda. Y luego, en la noche, cuando la temperatura baja bruscamente, esos adobes retienen el calor captado durante el día, y comienzan a irradiarlo a su alrededor. Por lo tanto, al interior de la bodega, se mantiene una temperatura moderada. Esto facilitó el cuidado de las plantas, la conservación del vino y la vida de los trabajadores”, explicó el investigador.
Estas construcciones de tierra cruda resultan muy amigables con el medio ambiente. Representan una disminución del gasto de energía que requiere la postura de ladrillos, y la fuerza de transporte de materiales de construcción desde los lugares de fabricación a los lugares de la construcción.
Actualmente, algunos arquitectos han comenzado a recuperar estos elementos conservando o reconstruyendo estos muros de adobe, sobre todo en los portales de ingreso a los huertos, viñas y fundos de la zona rural. “Es muy bonito que los paisajes del vino en Chile se logren recuperar, devolverles su valor y conservar el uso de estos materiales, porque esto es lo típico y característico”, afirma Lacoste.
La principal característica del paisaje vitivinícola actual, es que cuida armonía y proporciones. “Se trata de una línea de un canal de riego. Junto a él, una larga pared de tapia, de tierra cruda que a veces acompaña un recorrido sinuoso, no recto. Luego su bodega, los árboles y, de fondo, la Cordillera de los Andes”, describe el académico.
Valle del Aconcagua
Esta investigación tiene una extensión de dos años y se desarrollará en la jurisdicción del Valle del Aconcagua y del Valle Central, además de analizar alrededores de Santiago, Colchagua y un poco de la región del Maule. El Doctor cuenta con el aporte de Juan Guillermo Muñoz, académico del Departamento de Historia y experto en historia colonial, quien es el co-investigador de este proyecto.
Los investigadores utilizarán el Método de la historia Heurístico-Crítico. “Recogemos información del Archivo Nacional –judiciales, notariales- y de la Biblioteca Nacional. También vemos lo publicado en diarios de regiones, ya que nos interesa conocer cómo éstas mostraban -en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX- el desarrollo de la agricultura y la vitivinicultura. Además, analizaremos los archivos que muestran detalle de cómo era la vida de estas localidades productivas, para buscar patrones y elementos en común”, puntualiza Lacoste.
La importancia de este proyecto es que ayudará a fortalecer la identidad de los vinos chilenos. “Si al vino se le quita la identidad se va a convertir en un commodity, como la cerveza, como el trigo. Productos sin imagen, sin origen y que se transan en el mercado por sus propiedades físicas y químicas. En cambio, cuando desarrollamos la identidad del vino, se vuelve importante de dónde viene, el entorno de donde surge, cómo se hizo, etc. La cultura que hay tras su producción ayuda a fortalecer el valor del producto y abrir perspectivas para mejorar su precio en el mercado, y para valorar también a las personas involucradas en la producción”, destaca, finalmente, el académico de IDEA, Dr. Pablo Lacoste.