En el Día Mundial del Agua: ¿Es aún posible revertir la crisis hídrica?
En 1993 la Organización de las Naciones Unidas estableció que el 22 de marzo de cada año se conmemoraría el Día Mundial del Agua, con el objetivo de relevar la importancia que tiene este vital elemento para sustentar todos los ciclos de la naturaleza y para el desarrollo de todas las actividades humanas. Todos los años, la ONU elige un slogan diferente que permite enfatizar el carácter estratégico y esencial que tiene el agua. Este 2024, el lema escogido es agua para la paz.
Hace 8 años la Asamblea General de la ONU realizó el lanzamiento de la Agenda 2030 con sus 17 objetivos de Desarrollo Sostenible. En particular, el objetivo 6, titulado Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos, se hace cargo de la grave crisis hídrica, la desertificación y la sequía, y compromete esfuerzos para minimizar los efectos de la creciente escasez de agua dulce en el mundo.
Informes recientes de la Unesco indican que el 26% de la población de nuestro planeta, vale decir unos 2.000 millones de personas, no tiene acceso al agua potable, estimándose que esta situación empeorará debido al avance del cambio climático global, al creciente deterioro y la contaminación ambiental.
El inventario mundial de recursos hídricos establece que el planeta tiene cerca de 1.400 millones de km3 de agua. De ese volumen, el 97,5% es agua salada, con altos niveles de salinidad (cercanos al 4%). El 2,5% restante es agua dulce, de baja salinidad. De este porcentaje el 77% corresponde a agua que está congelada en polos y glaciares. Esto significa que menos del 1% puede ser “directamente” aprovechable para uso potable e industrial y agrícola. Por consiguiente, se concluye que el agua es un recurso que requiere ser apreciado y utilizado con eficiencia, asegurando en primer lugar su uso para el consumo humano.
Nos encontramos, por tanto, frente a un escenario complejo, tenemos un planeta que está enfermo y como punto de partida corresponderá establecer una nueva forma de valoración del agua como elemento esencial para la vida y el desarrollo humano. Una vez logrado esto, se podrán instalar soluciones que mitiguen los efectos del cambio climático, reequilibrando los ciclos globales del agua y con ello avanzar a un desarrollo sostenible.
Nuestro país está siendo golpeado directamente por estos problemas, el pronóstico es sombrío porque la escasez hídrica va en aumento, disminuye la tasa de pluviosidad, se incrementan las temperaturas medias lo que provoca una dramática e irreversible reducción de glaciares y reservas de agua dulce, en forma de hielo y nieve. Esta realidad ha llegado para quedarse, su origen es antropogénico, el cambio climático global es el determinante, al que se suman otros factores, entre ellos la tardanza en tomar decisiones preventivas, por ejemplo, la construcción de más embalses que permitan almacenar las aguas lluvia cuando corresponde, y también a nuestra poca costumbre al ahorro y uso eficiente de un recurso valioso, que antes parecía inagotable y literalmente a costo cero.
La crisis hídrica no se detiene, por el contrario, va en aumento. Según datos del World Resources Institute, sobre el 30% de las tierras de América Latina sufren sequías prolongadas y la desertificación aumenta a tasas entre 1 y 2% anual. Chile ha sido incorporado en el grupo de 25 naciones a nivel mundial, con riesgo hídrico extremadamente alto. Esto se evidencia en que más de 120 comunas a lo largo de nuestro país están enfrentadas a una situación de tal escasez hídrica que incluso se ha puesto en riesgo el suministro de agua potable para sus habitantes.
En este contexto nuestra universidad está llamada a actuar, responder y aportar en la propuesta de soluciones a la crisis hídrica. Mitigar la escasez del suministro de agua dulce es una tarea que tiene componentes tecnológicos, económicos, sociales, de gestión y uso responsable del recurso, y también de integración multinacional. Bajo este esquema, las vías para combatir el estrés hídrico consideran aumentar la eficiencia en el uso de agua en agricultura mediante riego tecnificado, mejoras en procesos productivos y en el suministro de agua sanitaria, tratar y reutilizar las aguas residuales, y también utilizar de manera sustentable las enormes reservas de agua de mar para producir agua de baja salinidad utilizando las tecnologías de desalinización cada vez más eficaces y a menores costos. En este sentido, es interesante indicar que nuestro país ha logrado una condición de liderazgo a nivel latinoamericano, mediante el desarrollo de importantes proyectos desalinizadores, que ya superan una producción diaria de 600.000 m3 de agua purificada, satisfaciendo principalmente las necesidades de agua potable para cientos de miles de personas y para sustentar la operación de procesos de la industria minera.