Hernán Miranda, el poeta silencioso

Columna del periodista de Usach al Día, Enzo Borroni Ricardi.

Dicen que de la puerta de la oficina del escritor Enrique Lihn, colgaba un letrero en el que se advertía: “Estoy trabajando, por favor no interrumpir. Solo puede entrar Hernán Miranda”. Si bien, no podemos asegurar la veracidad de este episodio, el vate nacido en Quillota en 1941, que fuera periodista de la Radio de la Universidad Técnica del Estado y posteriormente, profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago de Chile por más de una década, dedicó su vida a poetizar la realidad y a ficcionar la imaginación. 

Como si fuese un film del cineasta ruso Andréi Tarkovski y su veneración por las zonas de silencio, Miranda fue capaz de esculpir con sigilo la inmortalidad del tiempo, dejando al descubierto lo divino, lo profano y lo cotidiano en el acto de existir y habitar, transformándose en una de las voces más originales y potentes de los últimos tiempos en la poesía nacional.

Una letra íntima, pero también colectiva, humana. Sus imágenes se caracterizan por su claridad, la conversación con la nostalgia y la memoria, su relación con los insectos, y ese exquisito diálogo con la vida, que se esparce generoso por sus composiciones.

Tarkovski fue reconocido como el poeta del cine, y él, como el poeta silencioso. Miranda comentaba seguido que “Uno no escribe, simplemente vive” y el poeta Floridor Pérez, aludía a su figura con un simple: “Está ahí, viendo rodar el mundo”.

Recordado es su libro Arte de Vaticinar (1970), en donde aparece el poema Doralisa, que sin quererlo se transformaría en un homenaje a la Unidad Popular, de la que fuera parte desde el mismo Palacio de la Moneda, cuando trabajaba como periodista en la Oficina de Informaciones de la Presidencia de la República. Este poema – involuntariamente- graficaría la derrota del pueblo y de Salvador Allende, en el cuerpo de una mujer que se lanza a las vías del tren y cuyas extremidades quedan desperdigadas. El poeta intenta rearmarla, componiendo su figura, su rostro y luego desarmándola, depositándola bajo tierra. Alguien debía reconstruir ese cuerpo, esa forma de expresión. Miranda se adelantó a los hechos, vaticinando la noche oscura de la dictadura.

Obtuvo el reconocimiento de vates como Pablo Neruda, Juvencio Valle, Nicanor Parra y Jorge Teillier, quienes fueron jurados en algunos de los concursos en los que fue premiado. También, está la opinión del poeta Hernán Lavín Cerda, en su cometido de crítico del diario La Última Hora, quien se refirió a la poesía de Miranda como “la aparición de una sensibilidad nueva”.

En 1976 se publica “La Moneda y otros poemas”, que lo hace acreedor del prestigioso premio Casa de las Américas. Durante la dictadura, el poeta lanzó Versos para quien conmigo va (1986), Trabajos en la vía (1987) e interpreta un extravagante episodio de sátira y protesta contra la dictadura militar de Pinochet, recluyéndose en una jaula del Zoológico de Santiago. La intervención se valía de un personaje que imitaba el frenético tecleo de un oficinista en su máquina de escribir, mientras fuera de ella, los poetas Nicanor Parra y Enrique Lihn departían con los curiosos. El letrero de identificación decía: Hombre. Nombre científico: Homo sapiens. Hábitat: En todo el mundo.

En 1990 vuelve con De este anodino tiempo diurno, en el que destaca el texto Todo encaja en todo armoniosamente, en el que el poeta logra concebir cómo el cosmos y las creaciones humanas se ajustan para comprender la supervivencia: “El vuelo de un pájaro y la caída de un pájaro encajan / y el fusilado en las balas que lo perforan / y el niño en su madre / y una boca que besa en otra boca que devuelve el beso / La línea quebrada de las montañas encaja en la línea quebrada del cielo que hay sobre las montañas / El río encaja en su cauce / el mar en su lecho cóncavo / y en su cuenca el ojo lloroso y la llave en la cerradura.  Para finalmente reconocer que: “Al poema le es dado envolverlo todo / evidenciar las relaciones que hacen posible / la armonía del caos.

Así seguiría el transitar de su poesía, obteniendo el premio del diario El Mercurio y en 1991 el Municipal de Santiago. A ello vendrían libros de calidad como Sonetos (1992), Décimas de nuestra tierra (1993) y Anna Pink y otros poemas (2000), junto a una de las tantas antologías publicadas del vate, de las que sobresale Bar Abierto (2005).

Su último vuelo, fue Memento Mori (2023), en el que el poeta maduro reflexiona sobre la muerte y el término de una época que ha sido la suya. Memento Mori (Recuerda que vas a morir, en latín) es una frase que tiene origen en las Odas Líricas del poeta Horacio (65 al 8 A.C), aunque también se dice que era una locución popular que se la repetían a los comandantes romanos que volvían de conquistar Grecia, el Mediterráneo Oriental, la Galia, Hispania o Britania Occidental, como un recordatorio de la fugacidad de la vida.

En una entrevista del año 2023, realizada por Germán Carrasco, el vate es consultado por cómo veía el futuro post-pandemia, y respondió: “He vivido de catástrofe en catástrofe, he estado presente en tres golpes de Estado: en Chile, Ecuador y Argentina. Creo que alguna otra catástrofe está a la vuelta de la esquina. Quién sabe si en el futuro no habrá una temida guerra nuclear. Espero que ese vaticinio no se cumpla”.

Hernán Miranda Casanova, en múltiples ocasiones fue postulado al Premio Nacional de Literatura, pero la justicia poética no llegó. El sábado 21 de diciembre nos dejó a los 83 años y asumió su Memento Mori entre antenas de insectos y memorias inacabadas. El silencio fue nuevamente su cómplice en la partida. 

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