Década del setenta, un sol abrasador se imponía sobre Santiago y Alfonso del Carmen Carreño Aguilera, de 10 años, se dirigía a ver un partido de tenis en el estadio de la Universidad Técnica del Estado.
Por entonces cursaba cuarto básico en la comuna de Cerro Navia, donde también vivía junto a sus padres y siete hermanos en una modesta vivienda.
Ese caluroso día recibió la invitación de un vecino para conocer las canchas de la UTE. Como hincha del fútbol no le disgustaba ver otro tipo de deporte, por lo que accedió de buena gana.
Sin embargo, apenas entró al recinto, Alfonso supo que sería una relación duradera y acertó, ya que le gustó tanto el ambiente y la disciplina, que comenzó a frecuentar las canchas de manera habitual.
Llegó el año 1983 y finalmente el Club de Tenis de la Universidad lo contrató como pasador de pelotas, labor que cumplía de lunes a domingo. Pronto su cargo pasó a ser el de encargado de las canchas de tenis.
“Aquí empecé, y profesores y entrenadores me enseñaron a jugar. Gracias a ellos aprendí y me formé dentro del deporte”, recuerda Alfonso.
Para este hombre que no tenía grandes aspiraciones más que las de trabajar para ayudar a su familia, supo de inmediato que el tenis era lo suyo y que la Universidad se convertiría en un nuevo hogar.
Amor por el tenis
Una vez que conoció el tenis, Alfonso Carreño dejó el fútbol para dedicarse por completo al deporte de las raquetas.
Tanto fue su fanatismo que a sus tres hijos los bautizó con nombres de grandes figuras del tenis: Hans (por Gildmeister), Jimmy (como Connors) y Chris (emulando a Evert). Carreño se esforzó por traspasar el amor por el tenis a sus hijos, pero los intentos fueron fallidos.
Aun así, este canchero continuó ampliando sus conocimientos, y aprendió a hacer distintos trabajos que tuvieran relación con el deporte, como mantener las canchas, encordar raquetas e incluso luego comenzó a dar clases de tenis.
Actualmente mantiene las seis canchas de la Universidad y quienes las visitan durante torneos, destacan lo bien cuidadas que están. Nunca ha recibido un reclamo desde que fue contratado.
Se levanta todos los días a las 6.30 de la mañana, trabaja de lunes a domingo de 9 a 18 horas y si puede, permanece en las instalaciones tras finalizar la jornada laboral jugando tenis. “Si no hay partner, hago frontón”, ríe.
“Esta es mi casa, siempre prefiero estar acá. Con este trabajo tuve la oportunidad de ingresar a una Universidad”, enfatiza Alfonso, quien cursó estudios hasta primero medio.
“Carreñito”
Cuando le consultamos a Alfonso sobre la relación con los estudiantes, compañeros de trabajo y profesores, sus ojos brillan y sonríe ampliamente. “Los estudiantes son mis regalones. Me traen regalos, almuerzo o me invitan. Eso se valora porque uno da pero no espera recibir algo a cambio”, expresa.
De cariño los jóvenes lo llaman “Carreñito”, “Candonga”, “Carroñero”, “Tío” o simplemente “Carreño” y él se siente querido y respetado. Por eso rechaza las ofertas que llegan de otras universidades y clubes para encargarse de las canchas o incluso dirigir algún club, pero él insiste en que no se irá de la Universidad “hasta que me muera”.
De hecho, cuando se encuentra con egresados que regresan a ver las canchas, le preguntan con asombro “Carreño, ¿todavía estás acá?”. “Cuando me pierdo me andan buscando y cuando no me ven me retan. Siento que me echan de menos porque esto es una familia y me siento querido por esta familia”, asegura.
“De acá no me voy hasta que me jubile y si la Universidad me ofrece trabajar un par de años más, lo haré. Trabajaré en esto hasta que el cuerpo me dé”, sentencia.