La Bibliodiversidad es un término de uso cada vez más común, aunque incluso algunas personas que trabajan en el área editorial no están familiarizadas con este. Se refiere a la diversidad cultural aplicada al mundo del libro, un eco del término biodiversidad, en el sentido de las diferentes expresiones, temas, formatos que pueden abarcar los libros, aumentando no solo el acervo bibliográfico, sino también las diferentes maneras y materialidades en que los contenidos se les presentan a los lectores.
Al respecto, ocurre un fenómeno paradójico y, por lo mismo, muy interesante en Chile: a pesar de las bajas cifras de lectura, del enorme analfabetismo funcional que padecemos (mayor a un 50% (Arroyo & Valenzuela, 2018)), a pesar de los altos precios del libro y las consecuentes escasas cifras de venta, a pesar de las perezosas e ineficientes acciones de fomento lector, del desinterés del mundo político, del abandono, en suma, en que está sumido el mundo del libro –salvo por el Fondo del Libro y la Lectura, que es imprescindible–, en nuestro país la producción editorial es vigorosa en su variedad. No tanto en volumen, pero eso importa mucho menos que la variedad editorial, que es fundamental, lo que refleja que existen muchos proyectos editoriales y, por lo tanto, cada vez más espacios para escritores y escritoras, para la divulgación científica y académica.
En 2009, después de varias experiencias como editor independiente y luego de haber entrado en contacto con diversos proyectos semejantes en Argentina y Perú, tuve la idea de crear una distribuidora de libros no solo para mis proyectos editoriales, sino también para los de colegas de esos países. La distribuidora, que se llamó Catapulta, porque tenía la aspiración de “catapultar” los libros hasta los lectores, no resultó del todo exitosa: el gran inconveniente de los libros de editoriales independientes, a ojos de las grandes cadenas de librerías e incluso algunas de las pequeñas, eran sus formatos poco convencionales. La editorial Vox, de Bahía Blanca, por ejemplo, envolvía sus libros con estuches de cartón serigrafiado que se abrían y cerraban con un sistema de botones e hilo. En una ocasión, en reunión con a la sazón gerenta de la cadena de librerías Antártica, le mostré estos libros, pero no le parecieron muy interesantes. Además, por su carácter medio artesanal, no tenían códigos de barra, lo que dificultaría su comercialización. Me fui de vuelta con los libros, un poco apesadumbrado, pero también molesto, no solo por la poca apertura a los formatos y autores poco convencionales, sino también porque se trataba de textos muy interesantes que veían limitadas sus posibilidades de exhibición. Lo que necesitábamos era llegar directamente al público: saltarnos la distribución, la librería, y crear un espacio no solo de venta, sino también de diálogo entre el editor y el lector. Así nació La Furia del Libro, la primera feria de editoriales independientes, que tuvo su primera versión en junio de 2009 y en la que participaron 18 editoriales. Para ser una primera experiencia, además en días de diluvio, la feria resultó todo un éxito: el lugar estuvo atiborrado de público durante los tres días que duró.
La apertura de ese espacio y el éxito de su convocatoria impulsó la creación de otras ferias de editoriales independientes. En 2012 nació la Primavera del libro y, a partir de ahí, se han creado otras en diferentes lugares de Chile y en extranjero, como son los casos de la Feria de Editores (FED) en Argentina en el año 2015 y La Independiente: Feria de Editoriales Peruanas en el 2018. El aumento de estas plataformas de exhibición hizo que surgiera también una mayor expectativa para aficionados a la creación de libros y así fue como la cantidad de editoriales aumentó exponencialmente en pocos años. Esto significó, lógicamente, la aparición de más autoras y autores, muchos de ellos jóvenes, que vinieron a enriquecer el panorama nacional. En 2011 apareció en Revista Paula un artículo titulado “El boom de las editoriales independientes” (Revista Paula, 2011), el que vino a validar y visualizar el avance de estas iniciativas. Desde ese momento y hasta ahora, los libros de editoriales independientes comenzaron a tener mayor presencia en los medios escritos, en sus críticas, en los premios literarios. El resultado: de las 18 participantes en la primera feria, en la última versión de La Furia del Libro, en junio de 2023 se llegó a más de 250 editoriales participantes.
A partir de 2019 las editoriales universitarias también fueron convocadas en La Furia del Libro, lo que, al igual que para las editoriales independientes, les resultó beneficioso: hoy en día es posible observar cómo varias editoriales universitarias han aumentado su producción y presencia. Por otra parte, hoy en día, un conjunto de más de 20 editoriales de universidades nos encontramos en proceso de oficializar la Reduch, red de editoriales universitarias de Chile.
Ante todo, este panorama que se muestra tan positivo, ¿cómo es posible que los índices de lectura no hayan aumentado exponencialmente? Es porque se trata de un trabajo de muy largo plazo. Es sabido que en los países donde la lectura se fomenta desde la primera infancia, los índices de lectura son bastante altos. En una clase, una alumna me preguntó si había alguna estadística que apoyara la tesis de esta correlación. Pero claro, eso significaría realizar un estudio de años, siguiéndole la pista a toda una generación de lectores.
Con todo, los esfuerzos de las editoriales independientes y universitarias han significado un tremendo aporte a la bibliodiversidad, pero, además, a la economía del libro, en tanto estas iniciativas buscan producir libros a precios accesibles, con el fin de que el libro deje de ser un bien suntuario y pase a ser una herramienta de uso diario. Ese es, por ejemplo, uno de los fines de nuestra editorial universitaria: crear colecciones de libros económicos, pensados en un público amplio, para apoyar la formación de lectores, a la bibliodiversidad y a la justicia cultural. Los fondos del libro, en especial los de apoyo a la industria, son importantes en tanto permiten fomentar el desarrollo de las diversas iniciativas editoriales y, en el caso de una editorial como la de la Universidad de Santiago, con dos fondos recientes que nos hemos adjudicado, crear colecciones con grandes autores, como Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Jorge Teillier, Pablo de Rokha, en muestra de menos de tres mil pesos.
Un último comentario esperanzador: tuve la suerte de participar en una charla reciente organizada por la FAE, “Anímate a la lectura”. Entre los asistentes, había una alumna de primer año de periodismo que preguntó cómo se podía hacer para realizar un verdadero trabajo de fomento lector. Quienes estábamos en el panel concordamos en lo mismo: hay que tomarse los espacios, la iniciativa, hay que actuar desde la vocación y el amor por los libros; si contamos con el apoyo de una institución, ¿por qué no ocupar las salas o los patios para sesiones de poesía o para clubes de lectura? ¿por qué no hacer una revista de estudiantes con recomendaciones de libros, por ejemplo? Todo está en nuestras manos.