La división de la oposición que se expresa hoy es el resultado de una concepción que se ha ido expandiendo como un virus: me involucro en política para “conseguir” algo para mí o para mi grupo, si es que lo tengo.
La sociedad y la cultura existen más allá de las estructuras de la economía y de la política y de sus extravíos, y no se domestican tan fácilmente: expresan los avatares imprevisibles de la condición humana, que avanza, retrocede y vuelve a avanzar…”.
La idea de acción colectiva para avanzar en propósitos comunes, en plazos más cortos o más largos, o por último para actuar en alianza con distintos con los que a lo mejor no tengo un proyecto común, pero si ciertos objetivos parciales compartidos en el corto plazo -en virtud de lo cual en lo que no estoy de acuerdo me lo reservo como parte de mi independencia de largo plazo- pues bien, esa idea simplemente ha desaparecido del escenario político chileno.
Quedó atrás la cultura secular de las mancomunales, de los sindicatos clasistas, de los frentes o unidades populares, de las concertaciones para avanzar en conjunto.
Ahora es cada uno para su santo. Solo acepto que los demás me den lo que yo quiero, y lo quiero ahora. Nada de reciprocidades, de puesta en perspectiva, esas son cosas antiguas, con olor a naftalina. Yo y mis intereses primero, yo segundo, yo tercero, en la inflación sin límite de los egos. Lo demás es secundario, no tiene por qué importarme. ¿Pero no es ese el triunfo de la lógica del mercado? ¿El triunfo del neoliberalismo?
Mientras, los dueños del poder oligárquico siguen en lo suyo, probablemente divertidos por estas tribulaciones izquierdistas de trasnoche, porque lo principal es la preservación de su dominio sobre la sociedad y sobre los recursos de la naturaleza. Pero el viejo topo, que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, el digno zapador, también sigue en lo suyo. Y por una razón muy simple: la sociedad y la cultura existen más allá de las estructuras de la economía y de la política y de sus extravíos, y no se domestican tan fácilmente: expresan los avatares imprevisibles de la condición humana, que avanza, retrocede y vuelve a avanzar.
La sociedad y la cultura existen más allá de las estructuras de la economía y de la política y de sus extravíos, y no se domestican tan fácilmente: expresan los avatares imprevisibles de la condición humana, que avanza, retrocede y vuelve a avanzar.
Ahora es cada uno para su santo. Solo acepto que los demás me den lo que yo quiero, y lo quiero ahora. Nada de reciprocidades, de puesta en perspectiva, esas son cosas antiguas, con olor a naftalina. Yo y mis intereses primero, yo segundo, yo tercero, en la inflación sin límite de los egos. Lo demás es secundario, no tiene por qué importarme. ¿Pero no es ese el triunfo de la lógica del mercado? ¿El triunfo del neoliberalismo?